viernes, 29 de octubre de 2021

Desarrollismo en México Periodo 1950-1970

 

El inicio de esta historia se ubica a finales de 1949, cuando el presidente Miguel Alemán estudiaba la manera de reelegirse. La reelección no sólo era anticonstitucional en México, sino que estaba y sigue así satanizada. La revolución cuyos muertos se estiman a partir de censos en 1 000 000 de personas, doloroso resultado de bajas de guerra, embestidas a la población civil y víctimas del hambre y enfermedades tuvo entre sus objetivos cancelar del escenario político la reelección de los cargos de elección popular. El PRI, los expresidentes y las asociaciones a cargo del voto corporativo del país empujaron la maquinaria del pacto político para que fuese nombrado sucesor presidencial Adolfo Ruiz Cortines. Así, al finalizar 1952, asume la presidencia este hombre, llamado "buen administrador", para enfrentar retos mayores: inflación promedio de 12% anual junto con crecimiento y expansión de la industria manufacturera nacional, deterioro agrícola, masas de pobres que no se habían beneficiado de los logros económicos y ausencia de infraestructura. Pero el estilo de lo que se llamaría "desarrollo estabilizador" se había sentado en el gobierno mismo de Miguel Alemán.

Y así comenzó a operar un modelo llamado de "sustitución de importaciones", destinado a favorecer y desarrollar la planta industrial de México, que redujo al mínimo las importaciones de productos que el país "debería" de producir. De este modo, la participación del sector manufacturero en el país creció, en 30 años, de 17 a 25%, mientras que la agricultura cayó de 20 a 8%, y la minería se deprimió de 2 a 0.8% en términos globales. Es decir, si de lo que se trataba era de hacer crecer la planta industrial del país, la meta se consiguió. Ahora bien, el precio del proteccionismo con el que el gobierno protegió a este sector habría de probar que sería muy alto. En primer lugar, la falta de competitividad tanto en calidad como en precio de los productos manufacturados mexicanos en el ámbito internacional, fruto del aislamiento comercial de décadas con el que fueron protegidos. La obsolescencia de la misma planta industrial, que terminaba reponiendo sus máquinas con "carcachas tecnológicas" de otros países, especialmente de Estados Unidos, en lugar de desarrollar tecnologías propias. A esto habría que añadir un capital humano obrero poco eficaz y capacitado, en especial si se le compara con el de otros países como el Japón o la Alemania de la posguerra. Finalmente, un elevado gasto público destinado en parte a suplir la incapacidad del mercado interno para consumir por completo estos productos.

Con todo, el costo de la vida obrera, hasta el periodo que Elsa M. Gracida señala como el de agotamiento del modelo económico 1970, final de la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, se mantuvo por debajo del ritmo de crecimiento del PIB.

El ingreso estaba concentrado en pocas manos, y continuaban existiendo grandes masas de pobres. De acuerdo con la autora, las metas originales del gobierno de Luis Echeverría Álvarez proponían un mejor reparto de la riqueza nacional y se hace ya un señalamiento discreto a los empresarios como opositores a este cambio y a la fiscalización necesaria para dotar de más dinero al gobierno. Esto suena plausible si se toma en cuenta que, como bien dice la autora, la carga impositiva era de 7% contra la de 22.5% de Estados Unidos, por ejemplo. Lo que no se dice aquí porque tampoco es fácil de documentar es el mundo del impuesto oculto que imperaba e impera en el país, el que va desde la cuota obligatoria para que se recoja la basura en las viviendas, el costo de la seguridad, de la impartición de la justicia, los concursos amañados de proveeduría y licitación de obras del gasto público, el ambulantaje y la economía subterránea que no pagaba impuestos, y tantos otros renglones que quizá se tocaron en esas negociaciones, cuyas minutas son la memoria de quienes participaron en ellas. ¿Cómo calibrar esto dentro de los indicadores?

No ayudó nada a México la recesión mundial, como bien da cuenta Elsa M. Gracida. Pero Luis Echevarría y su equipo probaron ser los menos adecuados para sacar adelante al país, y quizá el estilo sobrio del libro sea un poco indulgente con ellos. La política de sustitución de importaciones no sólo no se modificó, sino que se expandió con decidida participación del Estado sin atender a lo que estaba ocurriendo en el mundo. Un ejemplo de ello fue la incursión del Estado mexicano en procesos que le eran desconocidos y en los que probó ser altamente ineficiente, como el de la producción del acero. Muy fácil pareció al presidente y a su equipo fundar Sicartsa (Siderúrgica Lázaro Cárdenas), cuando las mismas acereras estadunidenses quebraban frente al acero japonés. Hasta hoy esa paraestatal sigue siendo una fuente de costos. Y así, se crearon toda clase de fideicomisos, expropiaciones de tierras fértiles que vieron caer su productividad de inmediato, una naviera de enormes proporciones y mayor quebranto y para que todos estuvieran contentos, se infló la burocracia que pasó de 600 000 empleados a 2 200 000 en seis años. Iniciativas de promoción social, como el Infonavit, surgieron en este periodo, con la ineficacia y corrupción que las distingue.

El costoso cabildeo internacional que pretendía hacerlo secretario de las Naciones Unidas y su pretendido liderazgo de los países socialistas y comunistas del mundo, en los que había que insertar a México, tuvieron un precio muy alto. Así, la deuda externa se triplicó, pues pasó de 8 000 millones dólares a 26 000.

Y democracia, poca: a las represiones del jueves de Corpus de 1971, en las que el presidente responsabilizó a "emisarios del pasado" infiltrados en el gobierno, se añadieron los golpes a los "riquillos", como los asesinatos de dos líderes empresariales del país, Aranguren y Eugenio Garza Sada, de esos que, a diferencia de los empresarios menos golpeados por el régimen, miembros de la Canacintra, le plantaron cara al presidente y a sus asesores. Líderes de izquierda que no pasaron a formar parte de las filas de la burocracia o de los intelectuales de régimen también sufrieron persecución y cárcel.

Acompañado por refranes como si la leche es poca, al niño le toca", la participación del sector agrícola en el PIB llegó en 1976 a su nivel mínimo desde 1950, que fue de 9.61%. Aquellos a los que se decía que se quería beneficiar, los pobres, siguieron siéndolo con una caída dolorosa de su poder de compra. Y para cerrar, devaluación de la moneda, como bien documenta la autora.

En fin, el sexenio de Luis Echeverría, el del "nuevo Cárdenas", dará mucho que hablar. Queda aún abierta la discusión en torno a esta etapa de la historia de México que empobreció a dos generaciones de mexicanos y en la que algunos respetados académicos afirman, como bien cita la autora, que surgió una pugna entre dos proyectos irreconciliables de nación: uno neocardenista, preocupado de la democracia, del reparto equitativo de la riqueza, del fortalecimiento del mercado interno; otro globalizador y neoliberal, con mínima participación del Estado y ciego a las necesidades de los desprotegidos. A vistas de lo que fue el gobierno de Echeverría, merecería la pena dar una relectura a esta hipótesis.

Finalmente, Elsa M. Gracida cierra con sobriedad y buen sustento documental el también crítico sexenio de López Portillo, un presidente que, pudiendo haber beneficiado a México del descubrimiento de nuevas reservas petroleras y del boicot de precios de la OPEP que reacomodó las fuerzas económicas del mundo, volcó al país en el despilfarro e invitó a participar de él, a través de la industria petroquímica y petrolera, a grupos empresariales como fue el caso del grupo Alfa de Monterrey. El populismo y el apalancamiento financiero llegó hasta las entrañas de la iniciativa privada. Pero, finalmente, los bancos extranjeros y el Fondo Monetario Internacional cerraron el crédito a México, cuya deuda alcanzó los 80 000 millones de dólares. Una suspensión de pagos de 90 días, la confiscación de la banca (mal llamada nacionalización, pues este hecho hizo que la banca mexicana dejase, con el tiempo, de ser completamente mexicana), devaluaciones sucesivas, control de cambios, fuga de capitales y una creación original de México que castigó a aquellos ahorradores que dejaron sus dólares en México, los "mexdólares", fueron el cierre de este sexenio, en 1982.

Elsa M. Gracida cierra su libro diciendo que iniciaría con el periodo de Miguel de la Madrid el dominio de la doctrina neoliberal. Se le imputa al presidente Luis Echeverría la frase "la economía de México se decide en Los Pinos", que es la residencia oficial en donde habita el presidente. Si esto es así, también valdría la pena revisar cómo se entiende una doctrina económica bajo esta premisa.

Pero en la década de 1970 el segundo desarrollismo enfrentó una crisis por no lograr el control satisfactorio de la inflación y, principalmente, por que dejó de garantizar las tasas de ganancia lucrativas para las empresas. Al mismo tiempo, el capitalismo en el mundo estaba experimentando una transformación importante la globalización es decir, el proceso histórico en el que surgen las empresas manufactureras y de servicios multinacionales. Ellas ocupan los mercados en todos los países, y las burguesías de los países centrales dejan de ser empresarios locales, para convertirse en rentistas y financieros, que tienen como fuente de sus ingresos principalmente los beneficios obtenidos en el mercado interno de cada país, y obtener dividendos e intereses a través de las compañías multinacionales en los mercados de otros países.

La disminución de las ganancias y la estanflación de la década de 1970, así como la globalización, marcaron la segunda crisis del desarrollismo y, a partir de 1979, dieron lugar a la etapa neoliberal del capitalismo. Al contrario de que los intelectuales neoliberales predijeron, este liberalismo económico radical y reaccionario se caracterizó por un bajo crecimiento, gran inestabilidad financiera, y un fuerte aumento de la desigualdad, en comparación con los años de oro.

A partir de la década de 1980, se instrumentaron políticas de ajuste estructural que cambiaron radicalmente el modelo económico en México. Se privilegió la estabilidad macroeconómica, la desregulación de los mercados financieros, la liberalización de la inversión extranjera directa, se limitó la participación pública en la economía y se abrió completamente la economía al comercio exterior. 

Bajo dicho enfoque, se partió de la idea de que la mejor política industrial era no tenerla, ya que con la sola apertura comercial se modernizaría la industria. Se asumió que al entrar en operación el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se desarrollaría la estructura industrial del país. Se consideró que las empresas globales líderes del sector maquilador impulsarían a las compañías nacionales proveedoras de dicho sector. Específicamente, se supuso que las empresas mexicanas lograrían desarrollar avances tecnológicos, mejorar la capacitación de su capital humano, invertir más recursos en investigación y desarrollo, desarrollar su capacidad innovadora, etc. El resultado fue que México es hoy, en efecto, un importante país manufacturero exportador. El valor de las exportaciones se incrementó de 14% del PIB en 1994, hasta 30% del PIB 20 años después.


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