El inicio de esta historia se
ubica a finales de 1949, cuando el presidente Miguel Alemán estudiaba la manera
de reelegirse. La reelección no sólo era anticonstitucional en
México, sino que estaba y sigue así satanizada. La revolución cuyos muertos se
estiman a partir de censos en 1 000 000 de personas, doloroso resultado de
bajas de guerra, embestidas a la población civil y víctimas del hambre y
enfermedades tuvo entre sus objetivos cancelar del escenario político la
reelección de los cargos de elección popular. El PRI, los expresidentes y las
asociaciones a cargo del voto corporativo del país empujaron la maquinaria del
pacto político para que fuese nombrado sucesor presidencial Adolfo Ruiz Cortines.
Así, al finalizar 1952, asume la presidencia este hombre, llamado "buen
administrador", para enfrentar retos mayores: inflación promedio de 12%
anual junto con crecimiento y expansión de la industria manufacturera nacional,
deterioro agrícola, masas de pobres que no se habían beneficiado de los logros
económicos y ausencia de infraestructura. Pero el estilo de lo que se llamaría
"desarrollo estabilizador" se había sentado en el gobierno mismo de
Miguel Alemán.
Y así comenzó a operar un
modelo llamado de "sustitución de importaciones", destinado a
favorecer y desarrollar la planta industrial de México, que redujo al mínimo
las importaciones de productos que el país "debería" de producir. De
este modo, la participación del sector manufacturero en el país creció, en 30
años, de 17 a 25%, mientras que la agricultura cayó de 20 a 8%, y la minería se
deprimió de 2 a 0.8% en términos globales. Es decir, si de lo que se trataba
era de hacer crecer la planta industrial del país, la meta se consiguió. Ahora
bien, el precio del proteccionismo con el que el gobierno protegió a este
sector habría de probar que sería muy alto. En primer lugar, la falta de
competitividad tanto en calidad como en precio de los productos manufacturados
mexicanos en el ámbito internacional, fruto del aislamiento comercial de
décadas con el que fueron protegidos. La obsolescencia de la misma planta
industrial, que terminaba reponiendo sus máquinas con "carcachas
tecnológicas" de otros países, especialmente de Estados Unidos, en lugar
de desarrollar tecnologías propias. A esto habría que añadir un capital humano
obrero poco eficaz y capacitado, en especial si se le compara con el de otros
países como el Japón o la Alemania de la posguerra. Finalmente, un elevado
gasto público destinado en parte a suplir la incapacidad del mercado interno
para consumir por completo estos productos.
Con todo, el costo de la vida
obrera, hasta el periodo que Elsa M. Gracida señala como el de agotamiento del
modelo económico 1970, final de la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, se
mantuvo por debajo del ritmo de crecimiento del PIB.
El ingreso estaba concentrado
en pocas manos, y continuaban existiendo grandes masas de pobres. De acuerdo
con la autora, las metas originales del gobierno de Luis Echeverría Álvarez
proponían un mejor reparto de la riqueza nacional y se hace ya un señalamiento
discreto a los empresarios como opositores a este cambio y a la fiscalización
necesaria para dotar de más dinero al gobierno. Esto suena plausible si
se toma en cuenta que, como bien dice la autora, la carga impositiva era de 7%
contra la de 22.5% de Estados Unidos, por ejemplo. Lo que no se dice aquí
porque tampoco es fácil de documentar es el mundo del impuesto oculto que
imperaba e impera en el país, el que va desde la cuota obligatoria para que se
recoja la basura en las viviendas, el costo de la seguridad, de la impartición
de la justicia, los concursos amañados de proveeduría y licitación de obras del
gasto público, el ambulantaje y la economía subterránea que no pagaba
impuestos, y tantos otros renglones que quizá se tocaron en esas negociaciones,
cuyas minutas son la memoria de quienes participaron en ellas. ¿Cómo calibrar
esto dentro de los indicadores?
No ayudó nada a México la
recesión mundial, como bien da cuenta Elsa M. Gracida. Pero Luis Echevarría y
su equipo probaron ser los menos adecuados para sacar adelante al país, y quizá
el estilo sobrio del libro sea un poco indulgente con ellos. La política de
sustitución de importaciones no sólo no se modificó, sino que se expandió con
decidida participación del Estado sin atender a lo que estaba ocurriendo en el
mundo. Un ejemplo de ello fue la incursión del Estado mexicano en procesos que
le eran desconocidos y en los que probó ser altamente ineficiente, como el de
la producción del acero. Muy fácil pareció al presidente y a su equipo fundar
Sicartsa (Siderúrgica Lázaro Cárdenas), cuando las mismas acereras
estadunidenses quebraban frente al acero japonés. Hasta hoy esa paraestatal
sigue siendo una fuente de costos. Y así, se crearon toda clase de
fideicomisos, expropiaciones de tierras fértiles que vieron caer su
productividad de inmediato, una naviera de enormes proporciones y mayor
quebranto y para que todos estuvieran contentos, se infló la burocracia que
pasó de 600 000 empleados a 2 200 000 en seis años. Iniciativas de promoción
social, como el Infonavit, surgieron en este periodo, con la ineficacia y
corrupción que las distingue.
El costoso cabildeo
internacional que pretendía hacerlo secretario de las Naciones Unidas y su
pretendido liderazgo de los países socialistas y comunistas del mundo, en los
que había que insertar a México, tuvieron un precio muy alto. Así, la deuda
externa se triplicó, pues pasó de 8 000 millones dólares a 26 000.
Y democracia, poca: a las
represiones del jueves de Corpus de 1971, en las que el presidente
responsabilizó a "emisarios del pasado" infiltrados en el gobierno,
se añadieron los golpes a los "riquillos", como los asesinatos de dos
líderes empresariales del país, Aranguren y Eugenio Garza Sada, de esos que, a diferencia de los empresarios menos golpeados
por el régimen, miembros de la Canacintra, le plantaron cara al presidente y a
sus asesores. Líderes de izquierda que no pasaron a formar parte de las filas
de la burocracia o de los intelectuales de régimen también sufrieron
persecución y cárcel.
Acompañado por
refranes como si la leche es poca, al niño le toca", la participación del
sector agrícola en el PIB llegó en 1976 a su nivel mínimo desde 1950, que fue
de 9.61%. Aquellos a
los que se decía que se quería beneficiar, los pobres, siguieron siéndolo con
una caída dolorosa de su poder de compra. Y para cerrar, devaluación de la moneda,
como bien documenta la autora.
En fin, el sexenio de Luis
Echeverría, el del "nuevo Cárdenas", dará mucho que hablar. Queda aún
abierta la discusión en torno a esta etapa de la historia de México que
empobreció a dos generaciones de mexicanos y en la que algunos respetados
académicos afirman, como bien cita la autora, que surgió una pugna entre dos
proyectos irreconciliables de nación: uno neocardenista, preocupado de la
democracia, del reparto equitativo de la riqueza, del fortalecimiento del mercado
interno; otro globalizador y neoliberal, con mínima participación del Estado y
ciego a las necesidades de los desprotegidos. A vistas de lo que fue el
gobierno de Echeverría, merecería la pena dar una relectura a esta hipótesis.
Finalmente, Elsa M. Gracida
cierra con sobriedad y buen sustento documental el también crítico sexenio de
López Portillo, un presidente que, pudiendo haber beneficiado a México del
descubrimiento de nuevas reservas petroleras y del boicot de precios de la OPEP
que reacomodó las fuerzas económicas del mundo, volcó al país en el despilfarro
e invitó a participar de él, a través de la industria petroquímica y petrolera,
a grupos empresariales como fue el caso del grupo Alfa de Monterrey. El
populismo y el apalancamiento financiero llegó hasta las entrañas de la
iniciativa privada. Pero, finalmente, los bancos extranjeros y el Fondo
Monetario Internacional cerraron el crédito a México, cuya deuda alcanzó los 80
000 millones de dólares. Una suspensión de pagos de 90 días, la confiscación de
la banca (mal llamada nacionalización, pues este hecho hizo que la banca
mexicana dejase, con el tiempo, de ser completamente mexicana), devaluaciones
sucesivas, control de cambios, fuga de capitales y una creación original de
México que castigó a aquellos ahorradores que dejaron sus dólares en México,
los "mexdólares", fueron el cierre de este sexenio, en 1982.
Elsa M. Gracida cierra su
libro diciendo que iniciaría con el periodo de Miguel de la Madrid el dominio
de la doctrina neoliberal. Se le imputa al presidente Luis Echeverría la frase
"la economía de México se decide en Los Pinos", que es la residencia
oficial en donde habita el presidente. Si esto es así, también valdría la pena
revisar cómo se entiende una doctrina económica bajo esta premisa.
Pero en la década de 1970 el
segundo desarrollismo enfrentó una crisis por no lograr el control
satisfactorio de la inflación y, principalmente, por que dejó de garantizar las
tasas de ganancia lucrativas para las empresas. Al mismo tiempo, el capitalismo
en el mundo estaba experimentando una transformación importante la
globalización es decir, el proceso histórico en el que surgen las empresas
manufactureras y de servicios multinacionales. Ellas ocupan los mercados en
todos los países, y las burguesías de los países centrales dejan de ser
empresarios locales, para convertirse en rentistas y financieros, que tienen
como fuente de sus ingresos principalmente los beneficios obtenidos en el
mercado interno de cada país, y obtener dividendos e intereses a través de las
compañías multinacionales en los mercados de otros países.
La disminución de las
ganancias y la estanflación de la década de 1970, así como la globalización,
marcaron la segunda crisis del desarrollismo y, a partir de 1979, dieron lugar
a la etapa neoliberal del capitalismo. Al contrario de que los intelectuales
neoliberales predijeron, este liberalismo económico radical y reaccionario se
caracterizó por un bajo crecimiento, gran inestabilidad financiera, y un fuerte
aumento de la desigualdad, en comparación con los años de oro.
A partir de la década de 1980,
se instrumentaron políticas de ajuste estructural que cambiaron radicalmente el
modelo económico en México. Se privilegió la estabilidad macroeconómica, la
desregulación de los mercados financieros, la liberalización de la inversión
extranjera directa, se limitó la participación pública en la economía y se
abrió completamente la economía al comercio exterior.
Bajo dicho enfoque, se
partió de la idea de que la mejor política industrial era no tenerla, ya que
con la sola apertura comercial se modernizaría la industria. Se asumió que al
entrar en operación el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)
se desarrollaría la estructura industrial del país. Se consideró que las
empresas globales líderes del sector maquilador impulsarían a las compañías
nacionales proveedoras de dicho sector. Específicamente, se supuso que las
empresas mexicanas lograrían desarrollar avances tecnológicos, mejorar la
capacitación de su capital humano, invertir más recursos en investigación y
desarrollo, desarrollar su capacidad innovadora, etc. El resultado fue que
México es hoy, en efecto, un importante país manufacturero exportador. El valor
de las exportaciones se incrementó de 14% del PIB en 1994, hasta 30% del PIB 20
años después.